En los próximos Juegos Olímpicos de París 2024, una nueva competición figurará en el programa: el break dance. Esto ilustra un fenómeno que parece desarrollarse muy rápidamente: el de la alianza entre deporte y danza, sin olvidar a un tercer socio esencial, la música.
Un artículo reciente en Le Monde recordaba los espectáculos coreográficos que acompañaron la final del Abierto de Francia con música de Bizet y Ravel. Y la Olimpiada Cultural, que tendrá lugar junto a los Juegos propiamente dichos, reúne muchos otros acontecimientos del mismo tipo que “mezclan los dos universos”, por citar el subtítulo del artículo enlazado.
Este aspecto cultural de los Juegos era el deseo de Pierre de Coubertin. De hecho, hubo varias competiciones olímpicas de arte vinculadas al deporte (en pintura, escultura, literatura, música y arquitectura) durante los primeros Juegos Olímpicos de 1912 a 1948, bajo el nombre de “pentatlón de las artes”.
Hay que tener en cuenta que los antiguos juegos (o competiciones, como se llamaban) de Olimpia nunca fueron estrictamente pruebas deportivas, atléticas y ecuestres. Y otras competiciones, en particular en Delfos (los Juegos Píticos, los más importantes de los Juegos Panhelénicos después de los de Olimpia), incluían en su programa pruebas musicales y artísticas.
Sin mencionar siquiera el patinaje artístico, que forma parte de los Juegos de Invierno, no hay nada nuevo en combinar deporte, música y danza en un mismo espectáculo o evento. La antigüedad ofrece varios ejemplos de ello. Y no es de extrañar si se recuerda que la música era omnipresente en esa época: los músicos se encontraban naturalmente en los gimnasios y estadios de la antigua Grecia.
Flauta y salto de longitud
Estos músicos desempeñaban sin duda diversas funciones. Centrándonos en las pruebas deportivas propiamente dichas, el salto de longitud era acompañado por un intérprete de aulós (o tibiae en latín). Este instrumento de dos tubos suele traducirse como “flauta” o “flauta doble”, pero se trata de una traducción errónea. En realidad, se trata de un “instrumento de lengüeta, probablemente de lengüeta doble, antepasado directo del salmoé de la Edad Media, y de nuestros diversos oboes y clarinetes”.
Esta práctica está bien atestiguada en las imágenes de varios vasos áticos de los siglos VI y V a. e. c., pero también es descrita por varios autores griegos, entre ellos Pausanias: “… un hombre de pie en medio de ellos toca la flauta (sic), tal como se acostumbra en la actualidad, cuando los que compiten por el premio pentathle están en el ejercicio de salto”.
Esta es una oportunidad para señalar que el salto de longitud griego sólo se disputaba como parte del pentatlón, que los atletas llevaban mancuernas en las manos y que se trataba sin duda de un salto de pie –y probablemente de un salto quíntuple de pie si hemos de juzgar por dos indicios de ejecución excepcionalmente bien conservados (de alrededor de 15 m)–.
Para un salto sin carrera –los primeros Juegos Olímpicos modernos vieron esta prueba–, el ritmo marcado por el músico podía proporcionar una valiosa ayuda.
Música y boxeo etrusco
Pero nos gustaría centrarnos especialmente en el boxeo etrusco. Muchos ámbitos de la civilización etrusca siguen siendo poco conocidos porque nuestra documentación es insuficiente, razón por la cual se ha hablado a menudo, y erróneamente, del “misterio” etrusco.
No obstante, hay un tema sobre el que disponemos de un número relativamente elevado de fuentes, y son los juegos, el deporte etrusco. Las fuentes son principalmente iconográficas, ya que tenemos la suerte de haber encontrado frescos funerarios que decoran hipogeos, en particular en Tarquinia, a 100 km al norte de Roma. Las pinturas, situadas en el sótano, se han conservado: Stendhal hablaba de estos “pequeños sótanos pintados del Père-Lachaise de Tarquinia”.
Los juegos funerarios son uno de los temas principales de estos frescos, y el boxeo o pugilismo aparece en los siglos VI y V a. e. c. como el deporte favorito de los etruscos, junto con las carreras de cuadrigas.
Tanto es así que, de forma bastante excepcional dada la escasez de datos textuales sobre los etruscos, varios autores griegos, entre ellos Aristóteles, han aportado información sobre la alianza entre el boxeo y la música en este pueblo.
Eratóstenes, por ejemplo, escribió en el siglo III a. e. c. “que los etruscos acompañan sus combates de boxeo con el sonido de la ‘flauta’ (aulós)” (Ateneo de Naucratis, Deipnosofistas, 4, 154a). Y la mayoría de las imágenes etruscas, ya sean frescos, relieves o pinturas sobre vasos, confirman la práctica en cuestión.
Este acompañamiento musical se menciona en otros dos textos para otras dos actividades, amasar el pan y azotar a los esclavos. Esta comparación demuestra claramente que la música estaba ahí para dar ritmo a los asaltos de los atletas. Era un complemento como puede ser para los remeros durante las justas náuticas estar acompañados por una pequeña orquesta, o incluso para infundir valor a los soldados que marchan a la batalla.
Otro texto griego, el de Alcimos, sugiere que esta alianza entre boxeo y música se debía a la truphê de los etruscos, un estilo de vida de suavidad, lujo y voluptuosidad.
En estas condiciones, ¿el boxeo etrusco no habría sido más un mimo boxeo, una danza boxística en la que el ritmo era muy importante, como en la capoeira brasileña?
No es el caso. Si observamos el boxeo tailandés, veremos que la presencia de una orquesta tradicional no impide en absoluto que el deporte sea extremadamente violento. De hecho, sabemos que el truphê era un tópico utilizado a menudo por los griegos para arruinar la reputación de los etruscos y disfrazar sus propios fracasos en el Mediterráneo, por ejemplo a nivel comercial. No debemos tenerlo en cuenta en las interpretaciones que podamos dar del boxeo etrusco como competición deportiva.
Boxeo, música… y danza: los etruscos no eran ajenos a estas “danzas de boxeo”, como ha quedado bien demostrado en relación con un relieve de piedra procedente de Chiusi –una ciudad etrusca cercana al lago Trasimeno–. Este relieve, conservado en el Museo Arqueológico de Florencia, se ha interpretado acertadamente como un ballet de tres púgiles: con la guardia en alto –en la Antigüedad sólo se daban golpes en la cabeza– siguen a un aulète, el músico que toca el aulós, y está claro que boxean y bailan en cadencia.
Esto hace pensar en el magnífico ballet de la coreógrafa Régine Chopinot titulado K.O.K de 1988 o, más recientemente, en Boxe Boxe de Mourad Merzouki. También debemos mencionar en este mismo contexto a los orchestopalarii (u orchistopalarii) –conocidos principalmente desde la época romana–, que eran luchadores-bailarines, practicando, en palabras de Louis Robert, una especie de “combinación de danza pantomímica y lucha libre”.
Del pasado al presente, de los movimientos deportivos al ballet, todo ello ambientado con música es el movimiento de los cuerpos atléticos y artísticos lo que está en el centro de estas actividades y creaciones.
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